El escritor y polémico periodista guatemalteco, Hugo Arce, columnista de la revista Y Qué, fue hallado muerto en la habitación de un hotel capitalino.
El cuerpo de Arce, quien se caracterizó por las fuertes críticas a personajes de la vida pública del país, fue hallado con un disparo en el pectoral izquierdo alrededor del mediodía de ayer, tendido en la cama de la habitación 815 del hotel Conquistador Ramada.
El cuarto del hostal estaba cerrado por dentro y fue encontrada cerca del cadáver un arma de calibre 38 milímetros, confirma el jefe de la Fiscalía de Delitos contra la Vida del Ministerio Público (MP), Álvaro Matus.“La primera línea de investigación conduce hacia un suicidio”, señala Matus, quien agrega que “una carta en forma de despedida fue hallada en la casa y llevada hasta el hotel” donde fue encontrado.
“Voy a dispararme un tiro en el corazón, porque estoy cansado del sistema y me han dejado solo”, sería parte del texto de esa misiva de despedida, según Marcial Méndez, amigo de Arce.
Te quiero así, tal como eres.
Te quiero con tus volcanes verdes, húmedos de sangre y tus cielos siempre azules. Te quiero, sabiendo que en tu nombre se mata, se roba, se saquea o se hiere.
Te quiero, sabiendo de tus conquistadores y los cascos salvajes de sus caballos, que secularmente te han saqueado y explotado con diferentes jinetes y diferentes guerreros.
Te quiero, sabiendo que por esta tierra -que de niño soñé mía- se arrasa diariamente el futuro, convirtiendo a los niños de hoy en futuros delincuentes o parias, sabiendo que por esta tierra se cercenan manos y se separan los hijos de las madres para buscar trabajo en otras tierras; sabiendo que nunca más, nunca jamás volverán a verse o a encontrarse, porque aquí las oportunidades se han agotado y sólo queda el exilio, la delincuencia o el hambre. Somos un país en fuga de su propia pobreza.
Así te quiero, Guatemala, con las maras asolando cada rincón de tu suelo, con El Gallito, El Limón y la zona dieciocho. Te quiero con la dureza verde del Palacio Nacional, la Catedral y el vecindario.
Te quiero con tus tinajas de barro cocido y ese sabor especial que tiene el agua en las mañanas; con los indios que cruzan mi calle con un mecapal oprimiéndoles la frente, para vender escobas, sueños o naranjas.
Te quiero, patria, sabiendo que tienes muchos males: cementerios clandestinos, viudas, huérfanos, masacres y asaltos en los buses.
Te quiero, a pesar de la AID y del embajador norteamericano.
Te quiero, sabiendo que en tus calles se mata por un teléfono celular y hay un niño que morirá de hambre esta mañana...
Te quiero, con Castillo Armas rompiendo tu futuro, con Ydígoras persiguiendo estudiantes, con Peralta Azurdia y los primeros veintiocho desaparecidos, con Méndez Montenegro y su cotidiana matraca y con Arana bajando el ruedo a las faldas de las colegialas.
Te quiero por la paz que vi -tan sólo vi- en las aguas tranquilas del Lago de Atitlán, por las casitas de azúcar de María Gordillo y las cajas de mazapán que venden en tus pueblos.
Quiero tus iglesias y crecí viendo a los niños jugar en el atrio de una de ellas, para de grandes ser pacientes y amargados.
Te quiero así, sabiéndote pobre, dormida, dócil y descalza.
Te quiero, por encima de tus muertes diarias, de las masacres de Panzós y Sansirisay y de los homosexuales que hacen calle en la quinta avenida para poder ganarse la vida.
Te quiero siempre, con un sabor amargo en la boca y con miedo de leer tus diarios y encontrar el nombre del amigo en la noticia.
Te quiero, Guatemala, sabiendo que en tus calles se muere y se mata y que es muy fácil no amanecer mañana.
Así, te quise cuando pequeño y así te quiero de hombre. Y hay noches en las que despierto como para vestirme, para llorar o para ver si duermes. Para convencerme que en tu muerte, aún continúas viva.
Te quiero con tus volcanes verdes, húmedos de sangre y tus cielos siempre azules. Te quiero, sabiendo que en tu nombre se mata, se roba, se saquea o se hiere.
Te quiero, sabiendo de tus conquistadores y los cascos salvajes de sus caballos, que secularmente te han saqueado y explotado con diferentes jinetes y diferentes guerreros.
Te quiero, sabiendo que por esta tierra -que de niño soñé mía- se arrasa diariamente el futuro, convirtiendo a los niños de hoy en futuros delincuentes o parias, sabiendo que por esta tierra se cercenan manos y se separan los hijos de las madres para buscar trabajo en otras tierras; sabiendo que nunca más, nunca jamás volverán a verse o a encontrarse, porque aquí las oportunidades se han agotado y sólo queda el exilio, la delincuencia o el hambre. Somos un país en fuga de su propia pobreza.
Así te quiero, Guatemala, con las maras asolando cada rincón de tu suelo, con El Gallito, El Limón y la zona dieciocho. Te quiero con la dureza verde del Palacio Nacional, la Catedral y el vecindario.
Te quiero con tus tinajas de barro cocido y ese sabor especial que tiene el agua en las mañanas; con los indios que cruzan mi calle con un mecapal oprimiéndoles la frente, para vender escobas, sueños o naranjas.
Te quiero, patria, sabiendo que tienes muchos males: cementerios clandestinos, viudas, huérfanos, masacres y asaltos en los buses.
Te quiero, a pesar de la AID y del embajador norteamericano.
Te quiero, sabiendo que en tus calles se mata por un teléfono celular y hay un niño que morirá de hambre esta mañana...
Te quiero, con Castillo Armas rompiendo tu futuro, con Ydígoras persiguiendo estudiantes, con Peralta Azurdia y los primeros veintiocho desaparecidos, con Méndez Montenegro y su cotidiana matraca y con Arana bajando el ruedo a las faldas de las colegialas.
Te quiero por la paz que vi -tan sólo vi- en las aguas tranquilas del Lago de Atitlán, por las casitas de azúcar de María Gordillo y las cajas de mazapán que venden en tus pueblos.
Quiero tus iglesias y crecí viendo a los niños jugar en el atrio de una de ellas, para de grandes ser pacientes y amargados.
Te quiero así, sabiéndote pobre, dormida, dócil y descalza.
Te quiero, por encima de tus muertes diarias, de las masacres de Panzós y Sansirisay y de los homosexuales que hacen calle en la quinta avenida para poder ganarse la vida.
Te quiero siempre, con un sabor amargo en la boca y con miedo de leer tus diarios y encontrar el nombre del amigo en la noticia.
Te quiero, Guatemala, sabiendo que en tus calles se muere y se mata y que es muy fácil no amanecer mañana.
Así, te quise cuando pequeño y así te quiero de hombre. Y hay noches en las que despierto como para vestirme, para llorar o para ver si duermes. Para convencerme que en tu muerte, aún continúas viva.
Artículo escrito por Hugo Arce.
1 Comentarios:
Vaya manera de salir de este mundo, un tiro en el corazón. Romanticismo al pleno, soledad y desesperación. Qué descanse en paz, como dijiste antes. Saludos!
Publicar un comentario