Por: Natalia Kravtsov
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La Navidad tiene una serie de simbolismos que encontramos en todas partes y creo que son comunes en diferentes culturas y religiones, a veces no pensamos en el significado de ellos. Los más importantes son la gruta, la estrella, el recién nacido, la madre (la Virgen Maria), el padre (San José), Reyes Magos y los pastores, el asno y el buey.
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El misterio de la Natividad tiene un doble aspecto: el nacimiento del Verbo en el mundo (punto de vista macrocósmico) y el nacimiento del Verbo en el alma (punto de vista microcósmico). En el icono de la Natividad se coloca al niño en el centro de la escena, lo que no deja de tener un simbolismo típico por lo que el centro tiene todos los opuestos y consolidación de los estados complementarios atraídos hacia un único estado superior.
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Las demás figuras se distribuyen a su izquierda y derecha, adelante (que significa abajo) y arriba, donde brilla la estrella de Belén; es decir, que abarca los cuatro puntos cardinales. Uniendo sus extremos se da forma a una cruz que, puesta en movimiento a partir del punto central donde se cruzan los ejes solsticiales y equinocciales, esa cruz a la que se añaden cuatro líneas rectas tangenciales dan forma al svástica, que representa el movimiento del mundo girando hacia la derecha (movimiento centrífugo) o hacia la izquierda (movimiento centrípeto) que es el movimiento que conserva al globo en el sistema, pero siempre sobre un punto inmóvil que representa al movimiento, el Principio o Unidad de la Creación. Alejados de una interpretación astronómica, el movimiento centrífugo (que huye del centro) simboliza la expansión del movimiento que es la seña distintiva de todo lo creado que como tal, ostenta un movimiento continuo.
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Todo lo creado se mueve y no deja de moverse y tanto, que Edwin Hube en 1929 descubre que las estrellas se están separando de la Tierra y que además, se están separando entre sí, prueba inequívoca de la expansión permanente del Universo.
La Virgen ocupa igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús; contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de los otros personajes, sino detrás de Cristo, pero en la misma situación «axial», lo que significa que es a la vez «Madre de Dios» y «Esposa del Espíritu Santo». Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o «pasividad» con respecto al Espíritu Santo.
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La Virgen ocupa igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús; contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de los otros personajes, sino detrás de Cristo, pero en la misma situación «axial», lo que significa que es a la vez «Madre de Dios» y «Esposa del Espíritu Santo». Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o «pasividad» con respecto al Espíritu Santo.
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Todo lo que precede se aplica igualmente al punto de vista «microcósmico», es decir, al nacimiento del Verbo en el alma. La Virgen representa entonces al alma en estado de gracia. Desde un punto de vista pasivo, el alma debe identificarse a la Virgen realizando las perfecciones mariales, para que el Verbo pueda encarnarse como en el seno virginal de María, esposa del Espíritu Santo; desde un punto de vista activo, el alma se identifica a la Virgen Madre.
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El primer aspecto se refiere a la Comunión del alma recibiendo al Cristo, el segundo a la Invocación del Nombre de Jesús: el alma profiere el Verbo como la Virgen da a luz a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, generador supremo. Es aquí donde interviene San José, así como el asno y el buey. San José simboliza la presencia invisible del Maestro espiritual en la invocación, siendo éste el Espíritu Santo; el buey representa al «guardián del santuario», es decir, el espíritu de sumisión, de fidelidad, de perseverancia y el esfuerzo de concentración; el asno, animal «profano», es el testigo «satánico» en la invocación, representando el espíritu de insumisión y de disipación.
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Pero esto es también susceptible de una aplicación en el orden «macrocósmico», en el que el buey y el asno representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Puede uno entonces preguntarse por qué este último es admitido en el nacimiento del Verbo, tanto en el mundo como en el alma; la explicación se encuentra claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (II,10) donde San Pablo declara: «... a fin de que en el Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, en los infiernos...», texto que se refiere tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de Jesús.
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Por todos estos motivos, San José debe figurar al lado de la Virgen, pero no en el eje indicado precedentemente, y, puesto que es el símbolo del Maestro Invisible, debe estar en una actitud puramente pasiva de manera que no obstaculice la acción del Espíritu.
El buey y el asno deben colocarse a la derecha y a la izquierda (lado siniestro) del Niño Jesús. Con estos dos símbolos, San Francisco ha querido demostrar que Jesús, aunque Hijo de Dios, por su naturaleza humana estará implicado en esa doble realidad mundana, y asumiéndola como todo humano, con ella tendrá que llevar a cabo la misión de su vida.
El buey y el asno deben colocarse a la derecha y a la izquierda (lado siniestro) del Niño Jesús. Con estos dos símbolos, San Francisco ha querido demostrar que Jesús, aunque Hijo de Dios, por su naturaleza humana estará implicado en esa doble realidad mundana, y asumiéndola como todo humano, con ella tendrá que llevar a cabo la misión de su vida.
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Como corolario se puede decir que el icono de la Natividad contiene símbolos adecuados a esa doble naturaleza de Jesús y que reunidas todas las figuraciones, manifiestan la realidad de su destino..
Nos queda hablar de los Reyes magos y de los pastores. Los Tres Reyes magos representan el poder sacerdotal y real. El primer rey representa el poder real; él ofrece a Cristo oro y le saluda como «Rey»; el segundo rey representa el poder sacerdotal; le ofrece incienso y saluda a Cristo como «Sacerdote»; por último, el tercero representa la síntesis de los dos poderes en el estado indiferenciado; le ofrece mirra (el bálsamo de incorruptibilidad) y saluda a Cristo como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia.
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Nos queda hablar de los Reyes magos y de los pastores. Los Tres Reyes magos representan el poder sacerdotal y real. El primer rey representa el poder real; él ofrece a Cristo oro y le saluda como «Rey»; el segundo rey representa el poder sacerdotal; le ofrece incienso y saluda a Cristo como «Sacerdote»; por último, el tercero representa la síntesis de los dos poderes en el estado indiferenciado; le ofrece mirra (el bálsamo de incorruptibilidad) y saluda a Cristo como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia.
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La función de los Reyes magos tiene por tanto un carácter aristocrático que los distingue de la «plebe», representada por los pastores. Se deben colocar frente al Niño Jesús, mientras que los pastores pueden ser dispuestos en semicírculo alrededor de los Reyes magos.
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El nacimiento del Verbo o el «renacimiento espiritual» del alma debe realizarse durante la «noche»; es por eso que tiene lugar en la «gruta» a medianoche y en el solsticio de invierno, fecha de la Navidad. La gruta no es de ningún modo una pobre chabola con un techo de paja. Su simbolismo se refiere al de la Caverna o al del Domo (situado, en nuestras iglesias, encima del santuario donde se cumple el misterio eucarístico). La Caverna debe tener una forma hemisférica (propiamente un cuarto de esfera); el interior debe ser sombrío, iluminado solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina, pudiéndose colocar ésta encima de la Caverna.
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Por último, el pesebre donde reposa el Niño Jesús puede tener una forma hemisférica, complementaria a la de la Caverna, simbolizando las dos mitades del «Huevo del Mundo».
Finalmente, es importante concluir diciendo que el objetivo principal de esta celebración es tener presente, que, la Navidad es una fiesta universal que une los corazones de distintos países en un solo propósito de amor, esperanza y fraternidad.
Finalmente, es importante concluir diciendo que el objetivo principal de esta celebración es tener presente, que, la Navidad es una fiesta universal que une los corazones de distintos países en un solo propósito de amor, esperanza y fraternidad.
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