Por: Hugo Leonel García
.
.
.
Para concluir, deseo compartir con ustedes una experiencia que salvó mi vida del fracaso, una experiencia que motivada por mi Padre celestial, quien sin yo saberlo me cuidaba desde niño, se manifestó a través de un maestro de dones especiales y a quien amé tiernamente con mi corazón de niño y más tarde tuve la oportunidad de ser su amigo y lo amé también con mi corazón de hombre, tanto que se me humedecen los ojos mientras escribo, lamentando que mi inmadurez de entonces no haya permitido una relación más estrecha y a quien, en mi incipiente vejez, recuerdo con cariño, admiración y respeto: se trata de DON OSCAR KLEE FLEISHMANN (QEPD), a quien me encantaría que algunos de ustedes hayan conocido. La experiencia es la siguiente:
Cursé del primer al tercer año de primaria (en ese tiempo no había pre-primaria) en las Escuelas Públicas de la cabecera departamental de Jutiapa, debido a que mi padre, Dr. José Miguel García Valle (QEPD), en esa época fue nombrado Director del Hospital General de aquel Departamento.
Como era lógico según el mundo, tratándose del hijo del único Médico del pueblo, yo gozaba de una prebenda de la que ni siquiera me percataba: sin casi necesidad de estudiar, mis notas eran siempre 9 o 9.5 (de 10), de modo que todos, seguramente mis padres también, creíamos que yo era un excelente estudiante.
Cuando nos trasladamos a la Ciudad de Guatemala, mi profesor de aritmética resultó ser un grato maestro (ya mencionado), un hombre dulce, de una personalidad firme, aunque muy mesurado, extremadamente refinado en sus modales y que gozaba indudablemente del don de la enseñanza, nos conquistaba a todos narrándonos cada sábado un capítulo de los libros de intriga y misterio detectivescos, escritos por Ellery Queen, claro está, si nuestro comportamiento durante la semana había sido aceptable. A las dos semanas de estar yo en su clase, se había percatado de que yo era de los más haraganes, como comúnmente se dice.
Me llamó y, aunque no recuerdo bien la conversación que sostuvimos, me dijo algo como lo siguiente: “García, usted tiene cara de listo ¿por qué no estudia?, estoy seguro de que usted puede; yo, rojo de vergüenza, a pesar de no saber que era un haragán, le prometí que estudiaría y sería el mejor de la clase, lo que no creo haber logrado del todo, pero a partir de la siguiente semana, estuve en el grupo de los mejores.
Esta anécdota la narro no solamente en agradecimiento a quien salvó mi vida, sino también para ilustrar la importancia del papel del maestro en la vida de sus pupilos, como forjadores de seres humanos, con la idea de que aquellos de ustedes que aún no se han percatado de la gran influencia que tienen sobre sus alumnos, quienes en muchas oportunidades los consideran un heroico ejemplo a seguir, lo hagan ahora, y se esfuercen por entregar a sus niños lo mejor de su vida y de su esfuerzo, es decir, el amor del espíritu, aquel amor sacrificado con que Cristo nos amó y nos ama.
Cursé del primer al tercer año de primaria (en ese tiempo no había pre-primaria) en las Escuelas Públicas de la cabecera departamental de Jutiapa, debido a que mi padre, Dr. José Miguel García Valle (QEPD), en esa época fue nombrado Director del Hospital General de aquel Departamento.
Como era lógico según el mundo, tratándose del hijo del único Médico del pueblo, yo gozaba de una prebenda de la que ni siquiera me percataba: sin casi necesidad de estudiar, mis notas eran siempre 9 o 9.5 (de 10), de modo que todos, seguramente mis padres también, creíamos que yo era un excelente estudiante.
Cuando nos trasladamos a la Ciudad de Guatemala, mi profesor de aritmética resultó ser un grato maestro (ya mencionado), un hombre dulce, de una personalidad firme, aunque muy mesurado, extremadamente refinado en sus modales y que gozaba indudablemente del don de la enseñanza, nos conquistaba a todos narrándonos cada sábado un capítulo de los libros de intriga y misterio detectivescos, escritos por Ellery Queen, claro está, si nuestro comportamiento durante la semana había sido aceptable. A las dos semanas de estar yo en su clase, se había percatado de que yo era de los más haraganes, como comúnmente se dice.
Me llamó y, aunque no recuerdo bien la conversación que sostuvimos, me dijo algo como lo siguiente: “García, usted tiene cara de listo ¿por qué no estudia?, estoy seguro de que usted puede; yo, rojo de vergüenza, a pesar de no saber que era un haragán, le prometí que estudiaría y sería el mejor de la clase, lo que no creo haber logrado del todo, pero a partir de la siguiente semana, estuve en el grupo de los mejores.
Esta anécdota la narro no solamente en agradecimiento a quien salvó mi vida, sino también para ilustrar la importancia del papel del maestro en la vida de sus pupilos, como forjadores de seres humanos, con la idea de que aquellos de ustedes que aún no se han percatado de la gran influencia que tienen sobre sus alumnos, quienes en muchas oportunidades los consideran un heroico ejemplo a seguir, lo hagan ahora, y se esfuercen por entregar a sus niños lo mejor de su vida y de su esfuerzo, es decir, el amor del espíritu, aquel amor sacrificado con que Cristo nos amó y nos ama.
2 Comentarios:
Hola señor García, es un gusto el poderle comentar su publicación. Le escribo porque yo soy NIETO del pofesor Oscar Klée Fleischmann y estoy muy orgulloso de mi abuelito, porque yo lo quería muchísimo. Hoy 18 de diciembre del 2010 estamos leyendo junto con la familia KLEE, CAMPO, CONTRERAS y ALVARADO, HIJOS Y NIETOS. Por una reunión familiar ya que yo hice la historia de mi familia con mis abuelitos OSCAR KLEE e HILDA DE KLEE, nos gusto y se lo agradecemos mucho. Que bueno que escribió algo de mi abuelito, porque en realidad fue una gran persona digna de admirar. GRACIAS
att MARIO CONTRERAS KLEE Y FAMILIA
Gracias Don Hugo:
Muchas gracias por escribir y hacer este reconocimiento al Profesor Don Oscar Klee, que en gloria lo tenga nuestro señor.
Yo tuve la oportunidad de estudiar los básicos con él. Fue tanto lo que me impactó su personalidad, don de gentes y amabilidad, que siempre lo recuerdo como uno de los mejores catedráticos que tuve en los años 70, en el Instituto Tezulutlán ubicado antiguamente en la avenida Reforma. Me recuerdo el énfasis que le dedicaba a sus clases y era un gusto estudiar matemáticas. Todavía guardo con grato recuerdo los 3 libritos de teoría de conjuntos con los cuales nos enseñó el curso. Jamás le observamos un enojo, siempre amable y presto a dar sus clases. Como deseamos que los profesores de la actualidad fueran como él.
Saludos a sus familiares y resignación por la pérdida tan grande para ellos, como para Guatemala.
Att. Raúl Eduardo Loarca Velásquez, Ing. Mecánico.
Publicar un comentario